De repente me llega esta sensación de temerle a la caducidad de las cosas. La caducidad de la vida, del amor, de los buenos momentos, de todo eso. La caducidad de la ingenuidad conlleva a una nueva perspectiva, que también tiene fecha de caducidad. Y saber que morirás. Pero es peor si no fuera así. Saber que todo esto puede acabar y no saber qué hacer.
Cuando la leche está echada a perder y la hueles para comprobarlo, ese momento en que la carne huele mal, en que las palomas muertas explotan en gusanos, es la reacción de su fecha de caducidad. La incertidumbre es la reacción de las personas caducas, simplemente no saber qué hacer o qué sigue.
La caducidad. Veo su etimología (un hábito que sería bueno tener, ese de revisar etimologías) y dice que es algo destinado a la muerte, frágil, que debe caer.
Y en todo creo estar bien, estoy en un lugar cómodo, con trabajo, amor, familia, amigos and all that happy crap. Pero leí el cómic de abajo y me puse a pensar cuál pudo haber sido mi fecha de caducidad o el momento que lo definió, si es que existe. Y sí. Caducar no es lo mismo que morir físicamente, creo. Recuerdo mucho un día en específico, que no tiene ninguna importancia, es una nimiedad. Fue hace mucho, pero cuando lo recuerdo, siento como si en la nuca se me hubiera marcado esa fecha (y ni idea cuál sea) y alguien debió haberme puesto en una bolsita negra y debió tirarme entre los escombros. Y fui feliz ese día, pero a qué precio. Uno nunca deja la adolescencia.