Cuando quería hacer mi servicio social, lo primero que me vino a la mente era que le iba a servir el café al jefe e ir a comprar gorditas para todos los trabajadores. Realmente eso me desanimaba mucho, porque lo que sea de cada quien, yono estudié 4 años para comprar café y gorditas. Eso ya lo sé hacer porque la escuela de la vida me lo enseñó. Quería hacer mi servicio social en un mejor lugar, y cuando vi que mi universidad estaba afiliada al Papalote museo del niño, decidí que sería buena idea intentarlo ahí. Después de una capacitación intensiva de 3 semanas, me quedé en el área de expreso (arte) y no pude haber sido más feliz. En primer lugar usas una bata de colores fosforilocos, lo cual ya es algo realmente chévere. En segundo lugar, aprendí tantas cosas, tantos datos históricos y técnicas artísticas, que no puedo ser más feliz. Aprendí cosas sobre Malevich, Pollock, Teatro, música, etcétera. El hecho de saber un poco más sobre un montón de cosas siempre debe ser una razón de felicidad. Hice muchísimas amistades y, lo mejor, muchos amigos. Conocí artistas visuales, diseñadores gráficos, arquitectos, diseñadores industriales, PoettttTTTTttttas, administradores, pedagogos, historiadores y un larguísimo etcétera.
Cuando salí de la carrera, recuerdo que aprendí muy bien a trabajar sola. En las exposiciones siempre repartía los temas, que cada quien leyera lo suyo y que te fuera como te fuera. En el servicio social aprendías a trabajar en el equipo o morías devorado por una tribu de niños caníbales. Y sí, hablo en serio. Me tocó estar en algunas exhibiciones sola y los niveles de stress eran tan extremos que me daban muchas ganas de salirme a gritar en medio de constituyentes y regresar como si nada. Aprendí a organizarme, a ser un poco más ordenada. Apoyé en un festival de poesía, coordiné algunas veces la zona. Mis coordinadoras y los jefes que llegué a tener confiaron en mi y eso hizo que me diera cuenta de que yo no era una persona tan pinche como muchas veces llegué a pensar (o me hicieron llegar a pensar).
Pero lo mejor que aprendí en el museo, fue aprender a tratar a los niños. Einstein decía que por más que tu supieras de un tema, si no sabías explicárselo a tu abuelita, estabas destinado al fracaso. Y justo cuando yo le platicaba a los niños sobre Jackson Pollock, arte abstracto, Origami y un LARGUÍSIMO etcétera y ellos me entendían, sentía que la vida es tan sencilla. Que realmente nada es tan pendejamente complejo. La vida está ahí y su fórmula no es tan complicada. Fill the fucking blanks, that's all. Sí hubo veces en que me llegaba a desesperar, porque los niños luego no son un pan de dios, sino un bolillo duro de tres noches fuera de la bolsa. Pero sí sabías usar las palabras y la actitud correcta, todo es un win-win.
Y sí, hubo cosas que no me parecieron del lugar. El descuido de muchas exhibiciones, la desorganización, algunas actitudes. Pero jamás podré decir que el museo no fue el lugar perfecto para hacer mi servicio social. Y si me fui, es porque necesito crecer. Con todo lo que he aprendido y, ahora sabiendo de lo que soy capaz, tengo una tesis que acabar, un proyecto qué comenzar. Tengo muchísimas cosas que aprender que por pereza jamás quise hacerlo.
Y que quede como record personal: mi servicio social fue extraodinario porque me hizo una mejor persona. Me hizo más responsable, sí. Más organizada, sí. Pero lo mejor es que pude explotar lo que yo me encargué de enterrar por mi desidia. Conocí gente impresionante. Y usé una bata fosforiloca. Es todo lo que voy a decir.
Eso sí, la primera cosa que me alegra de salir del servicio: Ya me podré pintar las uñas.
Backstreet Boys - The Call
3 comentarios:
Hooooola Elsa, soy rodo, alias pichigato, oye cómo es tu alias en twitter?
Ya no tengo blog pero pronto tendré.
Te extrañaba.
Felicidades Majesty
Ñem ñem con la novedad de que ya vi tu TL aquí en tu blog.
Asté dispense.
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