Yo tenía muchísimas Barbies. Tenía la Barbie que trabajaba en un crucero (mi primera), la princesa de corazones, la Barbie del supermercado. No te miento, tenía cerca de 38 barbies. O más, la mayoría regalos de cumpleaños. Siempre fui una chica consentida, aunque también las ganaba porque la escuela era pan comido para mi (oye, era la primaria). En fin, yo jugaba con todas ellas. Con ellas nacían millones de historias y mejores telenovelones que en cualquier canal para señoras. Barbie casándose con Ken, Barbie en el bosque con sus amigas contando historias de terror, Barbie en una cena elegante con sus amigos y con Ken. Cuando invitaba a mis amigas eramos tan felices jugando con las Barbies, que yo jamás sentía cuando ya daban las 7pm y sus mamás venían por ellas. Alguna vez mi tia me llevaba a clases de natación con mi mejor amiga, Coni, y luego llevábamos las Barbies porque nos daban 10 minutos al final para jugar y jugábamos a que las barbies concursaran. En fin, yo amaba mis barbies,a todas y cada una de ellas. Tenía el supermercado, la casa camper, la alberca, la boutique. Pero llegó este día, inevitable camino a la muerte: crecí. Cada vez jugaba menos con ellas, pero de vez en cuando las arreglaba para que no se vieran tan desordenadas. Ya entré yo a la secundaria y ya ni siquiera volteaba a ver el rincón donde yo las tenía.
Y mi madre dijo
Hay que donarlas.
Y, por supuesto, obligóme a ir. Primero yo estaba confundida, porque eran mis Barbies. Me dio una mochila rosa e hizo que pusiera todas mis barbies ahí. Estaba triste, pensando que en su rincón ahora estarían otras cosas, como libros o plantas. Cuando llegamos al lugar de donación, había una chica vestida de enfermera, porque las iba a donar a un hospital de muñecas para que luego fueran regaladas a otras niñas en orfanatos. Recuerdo que fui yo, maldita sea, la que dio la mochila rosa y ahora sí, no había marcha atrás. Y es que no había regalado mis Barbies, ni los vestidos, ni los zapatos mágicos: había regalado el motor que mi imaginación había usado durante mucho tiempo para hacer historias dignas de novelita rosa. No eran las muñecas con sus cortes a la do it yourself, no. Entiéndeme, no. La chica enfermera me dio un diploma, diciendo gracias y que ahora muchas niñas jugarían con muñecas que parecerían nuevas y casi se despide con una mano en la frente, como si fuéramos militares. Dejamos el lugar y yo me sentía triste, aunque en el fondo mi mamá repetía lo de las niñas, hacer feliz a alguien.
Y hoy, algunos años más tarde, me doy cuenta de eso. Una muñeca es algo material. Eso no se niega, es muy obvio. Pero en ese entonces eran casi un tesoro para mi, porque me permitían hacer historias, casi como si yo fuera la directora de una obra teatral. Cada una tuvo una historia, en algún momento una fue la mala que al final se volvió amiga y ahora iba a la casa a tomar el té con panqués. Ahora me doy cuenta de que mi apego no era material y es lo que buscaba concluir. No me sentí mal por mis Barbies, sino porque lo que me permitieron crear y dejé atrás. Ese lado joto femenino que toda niñita quiere vivir, yo lo hice. Y hoy lo entiendo también cuando arreglo mi cuarto. Cuando arreglo mis libros, no es el apego a ellos como un montón de hojas numeradas, sino lo que han hecho de mi, los que me han hecho reir, los que me han hecho llorar, los que me han permitido pensar el horror de tocar algo y que no se desvanezca y ojalá esto fuera verdad. Cuando arreglo mi tocador, con los perfumes, las cartas y las fotografías, son parte de lo que soy, de lo que hago. La Elsa que se arregla el fleco, la que se delinea los párpados. Si alguien viene a decirme que soy una materialista, jamás lo negaré. Porque al final acepto que no soy sólo carne e ideas. Soy carne, ideas y recuerdos, los cuales muchas veces quiero que permanezcan tangibles, conservándolos. Y si decido que sean tangibles, es porque me gusta pensar en ellos seguido, sin necesidad de que sea un infierno, porque al fin y al cabo (y con bolsas negras enormes para la basura en mano), yo decido qué tirar.
Zeigeist - Dawn Night